Día Internacional del Libro. Aniversario de la muerte de Cervantes y Shakespeare. Sant Jordi en Catalunya... Y aquí la que les escribe como siempre con los párpados entornados, pero también con cierto movimiento de tripas, vísceras y órganos alterados.
Llueve a raudales y a las seis de la tarde estaré en la caseta de la Librería Arenas de A Coruña firmando ejemplares de "Las esferas celestes".
Siento un inquietante Pom-pom-pom-pón que no es "La Libertad llamando a la Puerta" de la Quinta Sinfonía de Beethoven, sino mi propio corazón que, a fuerza de huir de la parafernalia de los convencionalismos sociales, se ha vuelto un ermitaño. Sin embrago, nada tiene que ver con aquel "Beatus Ille" que huye del mundanal ruido y encuentra reposo en su retiro.
No, no. Definitivamente hoy estoy de todo menos brillante, pero ¿acaso puedo luchar contra los elementos? Supongo que algún vitalista ingenuo -y por qué no decir un poco cretino- de ésos que nos hablan de las bondades de la vida, cuando estamos más que jodidos -y ya no nos responde ni la voluntad ni las pulsiones más básicas-, me diría que sí, que luche contra los elementos. De todos modos, ¿cuáles son esos elementos? Si descarto la lluvia, mi propia ineptitud social -que tan bien disimulo bajo capas de rimmel y "rouge"- y el "Yo soy yo y mis circunstancias" orteguiano... ¿Qué queda? Pues mi propio miedo: "Todos te temen, aunque tú te temas mucho más" ("Nunca Supe bailar" de Las esferas celestes de esa tal Lucía de Fraga). Aquí tengo que hacer una importante puntualización, porque no es lo mismo un vitalista ingenuo e inconscientemente cretinoide que cree que vive en el Paraíso donde cae maná del cielo que una persona realista que sabe centrar a uno cuando pierde el Norte, el Sur, el Este y el Oeste y nos pone las gafas adecuadas para que veamos las cosas en su justa medida. Y ¿que a qué viene todo esto con respecto al Día Internacional del Libro? Pues, simplemente, Señores y Señoras, que una se siente diminuta cuando tiene que salir a escena.
Pero ya no se trata de eventos sociales, acontecimientos de figuración, sino de las cosas más absurdas y cotidianas como ir a un gimnasio, tomar un café con alguien o entrar en una boutique con la marca XXXL grabada a fuego en la cabeza.
¿Miedo? Sí. Aunque ahora que lo pienso, ¿no será miedo al miedo? Eso es toda una sobredosis de angustia y mi hemisferio cerebral izquierdo, que se cabrea mucho con su homónimo opuesto, está pegando gritos, porque se resiste a tener que soportar una carga de histerismo que ni siquiera existe.
El hemisferio cerebral derecho, tan cobarde, pacato, mezquino y apocado, se rinde ante la racionalización de las emociones y los sentimientos que hace la izquierda y que pone en marcha la militancia activa contra la dictadura del miedo derechón para echarse a la calle y preguntarse: "¿Quién dijo miedo?". Yo, porque sólo conjurándolo, desaparece por completo.
"V" de Venganza (que te jodan lado derecho) y VICTORIA (¡Viva, Hemisferio Izquierdo!).
L. de Fraga.