Ya
lo dijo Larra: “Escribir en Madrid es llorar”, aunque esta cita
haya pasado erróneamente por “Escribir en España es llorar”. Si
Don Mariano José levantara la cabeza y viese lo que está ocurriendo
en el IV Centenario de las muertes de Miguel de Cervantes y William
Shakespeare, estoy convencida de que volvería a apretar el gatillo
otra vez. Y no es para menos.
A
pesar de lo traída y llevada que ha sido, y sigue siendo, la
polémica conmemoración de los cuatrocientos años de la muerte del
autor de Las
aventuras del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
en nuestro país, el problema no es otro que el de siempre: el
profundo desapego y desinterés de las administraciones públicas por
la más insigne e internacional figura de nuestras letras y de la
cultura, en general.
El
Reino Unido, sin embargo, ya acuñó con antelación este año con el
lema Shakespeare
Lives
y, no sólo con Shakespeare, sino con su coetáneo Miguel de
Cervantes. Los ingleses nos dan una lección magistral sobre cómo
homenajear a un clásico y, además, nos suenan los mocos. Véase al
Príncipe Carlos recitando el soliloquio más célebre de Hamlet o el
acercamiento de la obra shakespeariana en todo tipo de formas y
maneras que, lejos de causar desdén, reactualizan los valores y el
sentir de la sociedad; los mismos por los que todo clásico lo es y
perdura en el tiempo.
Antes
de que se nos empezara a caer la cara de vergüenza a trozos,
diferentes voces, como la primera que alzó el director de la R.A.E.,
Darío Villanueva, alertaba de lo que supondría “dejar pasar la
oportunidad de homenajear al escritor como se merece”, con la
edición de una magnífica obra conmemorativa en la mano, Autógrafos
de Miguel de Cervantes Saavedra.
Asimismo, Víctor García de la Concha, director del Instituto
Cervantes, afirmó que la Comisión Nacional -organizada tarde, mal y
a rastras, según la que les escribe- iba “un poco atrasada”, a
lo que creo que se debería añadir “retrasada”. Y la respuesta
del secretario de Estado de Cultura, José Mª Lassalle, resultó
insuficiente y ridícula. Que el gobierno está en funciones es
cierto; en funciones de teatro doméstico, pero la fecha del
centenario no era, desde luego, imprevisible.
Mientras
el pan y circo, a veces con menos pan que circo, siga alimentando la
conciencia aborregada de los españoles, que tan buenos resultados
les da a los gobernantes, estaremos ante un callejón sin salida. Por
mucho que se rebelen nuestros escasos intelectuales y artistas contra
un sistema, cuya máxima es asesinar despiadadamente cualquier
manifestación cultural para impermeabilizar la mente de la
ciudadanía y evitar el correspondiente desarrollo de su capacidad
crítica, estaremos a merced de que todo lo que no se entienda se
destruya. Todo lo que implica una diferencia molesta y la literatura
molesta, molesta muchísimo porque invita a pensar.
Dejando
a un lado el tema de lo que uno y otro país hace o deja de hacer, me
interesan mucho más los protagonistas de estas efemérides. Aun a
riesgo de parecer chovinista, considero que entre el escritor inglés
y nuestro Cervantes parece que nadie se quiere dar cuenta del porqué
de la relevancia y éxito de su obra. Hace poco leía un artículo de
Francisco Rico en el que hacía referencia a este último aspecto.
¿Cuál es el motivo por el cual no se ha dejado de reimprimir este
libro al que hasta le salió un usurpador como Avellaneda? Tal vez
sea, como apunta Rico, por lo sencilla y divertida que se hace su
lectura y que, como Leo Spitzer dijo y recoge el aludido crítico,
“es un libro para niños”. Sí, es un libro para niños porque
ante la ingente obra que consigue Cervantes con las aventuras de Don
Quijote siempre estamos aprendiendo, a pesar de las muchas lecturas
que hayamos hecho, y esto no deja de ser la fascinación más
profunda a la que cualquier obra puede aspirar. Mas ¿qué supone la
irrupción de El
Quijote
para la historia de la literatura? Con las Novelas
ejemplares
el manchego se estrena en lo que, más tarde, sería su obra cumbre,
y es en El
Quijote
donde va a desplegar toda la artillería pesada de lo que, hoy por
hoy, conocemos como novela. La magna obra cervantina inaugura el
género de la novela moderna con todos sus entresijos narrativos y la
idea de un género total, en el que conviven alegremente otra
variedad de tantos.
Cervantes
conoció la pobreza, la guerra, el cautiverio y ahora, incluso
muerto, se le quiere amordazar. Como dice Don Quijote: “Cada uno es
hijo de sus obras”. ¿Qué clase de hijos somos? Aquí lo dejo.
Lucía
de Fraga.
Publicado en el diario La Opinión, 10/V/2016