miércoles, 19 de julio de 2017

A LA ALTURA DEL BETÚN


Ya lo dijo Larra: “Escribir en Madrid es llorar”, aunque esta cita haya pasado erróneamente por “Escribir en España es llorar”. Si Don Mariano José levantara la cabeza y viese lo que está ocurriendo en el IV Centenario de las muertes de Miguel de Cervantes y William Shakespeare, estoy convencida de que volvería a apretar el gatillo otra vez. Y no es para menos.
A pesar de lo traída y llevada que ha sido, y sigue siendo, la polémica conmemoración de los cuatrocientos años de la muerte del autor de Las aventuras del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha en nuestro país, el problema no es otro que el de siempre: el profundo desapego y desinterés de las administraciones públicas por la más insigne e internacional figura de nuestras letras y de la cultura, en general.
El Reino Unido, sin embargo, ya acuñó con antelación este año con el lema Shakespeare Lives y, no sólo con Shakespeare, sino con su coetáneo Miguel de Cervantes. Los ingleses nos dan una lección magistral sobre cómo homenajear a un clásico y, además, nos suenan los mocos. Véase al Príncipe Carlos recitando el soliloquio más célebre de Hamlet o el acercamiento de la obra shakespeariana en todo tipo de formas y maneras que, lejos de causar desdén, reactualizan los valores y el sentir de la sociedad; los mismos por los que todo clásico lo es y perdura en el tiempo.
Antes de que se nos empezara a caer la cara de vergüenza a trozos, diferentes voces, como la primera que alzó el director de la R.A.E., Darío Villanueva, alertaba de lo que supondría “dejar pasar la oportunidad de homenajear al escritor como se merece”, con la edición de una magnífica obra conmemorativa en la mano, Autógrafos de Miguel de Cervantes Saavedra. Asimismo, Víctor García de la Concha, director del Instituto Cervantes, afirmó que la Comisión Nacional -organizada tarde, mal y a rastras, según la que les escribe- iba “un poco atrasada”, a lo que creo que se debería añadir “retrasada”. Y la respuesta del secretario de Estado de Cultura, José Mª Lassalle, resultó insuficiente y ridícula. Que el gobierno está en funciones es cierto; en funciones de teatro doméstico, pero la fecha del centenario no era, desde luego, imprevisible.
Mientras el pan y circo, a veces con menos pan que circo, siga alimentando la conciencia aborregada de los españoles, que tan buenos resultados les da a los gobernantes, estaremos ante un callejón sin salida. Por mucho que se rebelen nuestros escasos intelectuales y artistas contra un sistema, cuya máxima es asesinar despiadadamente cualquier manifestación cultural para impermeabilizar la mente de la ciudadanía y evitar el correspondiente desarrollo de su capacidad crítica, estaremos a merced de que todo lo que no se entienda se destruya. Todo lo que implica una diferencia molesta y la literatura molesta, molesta muchísimo porque invita a pensar.
Dejando a un lado el tema de lo que uno y otro país hace o deja de hacer, me interesan mucho más los protagonistas de estas efemérides. Aun a riesgo de parecer chovinista, considero que entre el escritor inglés y nuestro Cervantes parece que nadie se quiere dar cuenta del porqué de la relevancia y éxito de su obra. Hace poco leía un artículo de Francisco Rico en el que hacía referencia a este último aspecto. ¿Cuál es el motivo por el cual no se ha dejado de reimprimir este libro al que hasta le salió un usurpador como Avellaneda? Tal vez sea, como apunta Rico, por lo sencilla y divertida que se hace su lectura y que, como Leo Spitzer dijo y recoge el aludido crítico, “es un libro para niños”. Sí, es un libro para niños porque ante la ingente obra que consigue Cervantes con las aventuras de Don Quijote siempre estamos aprendiendo, a pesar de las muchas lecturas que hayamos hecho, y esto no deja de ser la fascinación más profunda a la que cualquier obra puede aspirar. Mas ¿qué supone la irrupción de El Quijote para la historia de la literatura? Con las Novelas ejemplares el manchego se estrena en lo que, más tarde, sería su obra cumbre, y es en El Quijote donde va a desplegar toda la artillería pesada de lo que, hoy por hoy, conocemos como novela. La magna obra cervantina inaugura el género de la novela moderna con todos sus entresijos narrativos y la idea de un género total, en el que conviven alegremente otra variedad de tantos.
Cervantes conoció la pobreza, la guerra, el cautiverio y ahora, incluso muerto, se le quiere amordazar. Como dice Don Quijote: “Cada uno es hijo de sus obras”. ¿Qué clase de hijos somos? Aquí lo dejo.


Lucía de Fraga.
Publicado en el diario La Opinión, 10/V/2016

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